Introducción
En mi experiencia, cuando hablo con colaboradores que se encuentran
vinculados con la función de mantenimiento, una de las dudas/confusiones que
más se presenta es el nivel al cual debe definirse el mantenimiento. Es decir, la
pregunta: ¿En qué debemos pensar cuando estamos definiendo el
mantenimiento de los activos físicos?
Modos de falla
La búsqueda de la respuesta a la pregunta nos tiene que llevar a pensar que el
mantenimiento es aquella energía que vamos a estar poniendo en juego para
evitar o minimizar las consecuencias de una falla. Y las fallas ocurren porque son
el producto de un proceso que, en un determinado período de tiempo (pueden
ser microsegundos o años), generan que el activo deje de cumplir con las
funciones deseadas por el usuario.
Por lo tanto, las tareas de mantenimiento deberían definirse pensando en cuáles
son aquellos procesos que nos conducen hacia la falla, es decir, las causas de
la falla. En la jerga de la Gestión de Activos, a esto se lo conoce como “Modo
de Falla”.
¿Qué ejemplos podríamos tener de modos de falla? Desgaste, deterioro,
corrosión, falla aleatoria, acumulación de suciedad, evaporación, fatiga, error
humano, error de diseño.
Entonces, el mantenimiento dependerá de los modos de falla que listemos y de
cómo evaluemos cada modo de falla. Por cada modo de falla, tenemos que
tomar una decisión respecto a qué estrategia de mantenimiento podemos
implementar (relación 1:1 estrategia de mantenimiento – modo de falla).
Parafreaseando la famosa frase de Arquímides (“Dame un punto de apoyo y
moveré al mundo”), en la gestión de activos podemos decir “Dame un modo
de falla y moveré al mantenimiento” ya que los modos de falla son los elementos
clave para la definición de las estrategias de mantenimiento.
Redacción y niveles de detalle
Al momento de pensar en los modos de falla es muy importante la forma en la
cual los describimos (redactamos), ya que esto nos permitirá pensar e identificar
cuál es el proceso que nos está conduciendo a la falla. No es lo mismo decir
“aislador fallado” que “suciedad acumulada en aislador”. Fijémonos que la
primera forma de redacción no nos permite identificar porqué falló el aislador y,
por consiguiente, si podemos hacer algo para evitar que falle. En cambio, en la
segunda redacción podemos identificar claramente que la falla ocurre porque
se acumuló suciedad con el tiempo y podríamos evaluar, por ejemplo, una
tarea de limpieza rutinaria del mismo para evitar la falla.
Por otro lado, es importante el nivel al cual pensamos los modos de falla. Si
pensamos en un modo de falla a un nivel muy amplio/demasiado genérico, la
estrategia de mantenimiento será muy pobre, ya que dejaremos fuera del
análisis cientos de modos de falla que pueden provocar la falla del activo.
Los modos de falla deberían analizarse a un nivel de los componentes de los
equipos que estamos queriendo mantener. Por ejemplo, si estamos pensando
en el mantenimiento de un vehículo, podríamos pensar que un modo de falla
posible puede ser el “desgaste” del vehículo. Ahora, ¿tenemos el detalle
suficiente para definir una tarea de mantenimiento basada en el “desgaste del
vehículo” como un todo? No, porque el vehículo no se desgasta como un
elemento único, sino que está compuesto por diferentes componentes que
sufren un proceso de desgaste (cada uno con un comportamiento diferente),
como por ejemplo, sus neumáticos, la correa de distribución, el aceite o los
amortiguadores. Entonces, no deberíamos hablar de un modo de falla
“Vehículo desgastado” sino de “Neumáticos desgastados”, “correa de
distribución desgastada”, “aceite desgastado” y “amortiguadores desgastados”.